"Aurora y el Califa"
Dibujo de Edward Clark
TEMA 20- Los orígenes del arte islámico.
TEMA 21- La mezquita y el palacio en el arte hispanomusulmán.
Este tema lo encontrarás en el siguiente enlace,
pero antes, ¿no te gustaría conocer la historia de Subh?
esclava, concubina, princesa, madre, amante y
desterrada
LA HISTORIA DE SUBH
En la etapa de mayor esplendor del califato de Córdoba, una
mujer, esclava, llegó a las más altas esferas del poder utilizando una de las
armas más peligrosa de aquella época, y quizás de la nuestra, su inteligencia y
sabiduría. Se llamaba Subh; de origen probablemente vasco, fue capturada en las
montañas del norte de la península y vendida como esclava en el esplendoroso
Al-Ándalus. Pronto, en honor a su belleza e inteligencia pasó a formar parte
del harén de los califas. Reinaba por aquel entonces el califa Al-Hakam II, que
a la llegada de Subh al harem real, aún no había logrado tener descendencia con
ninguna de sus concubinas; Subh no solo le dio un hijo y heredero, Hisam II,
sino que Aurora, que así se llamaba antes de ser de nuevo bautizada, era más
lista que el resto de grandes varones que la rodearon en su vida, hasta que,
claro, se enamoró del menos adecuado, Almanzor, y esto supuso su perdición.
Corría rumores en el reino, de que el califa Al-Hakam,
buscaba en sus amantes algo más que alcoba, y encontró en Subh, la compañera
ideal que le complació en cuerpo y espíritu; la hermosa Aurora encandiló a su
amo con las destrezas propias de un músico, poeta, amazona, político, además de
complacer al califa con algún juego que le apasionaba y estaba muy de moda en
aquella época, como era sustituir el hiyab
por el turbante, y disfrazada de hombre callejeaba por la capital del reino,
observando atenta todo lo que se hablaba de su señor; esto, al parecer atraía
más al califa que cualquier otro regalo amoroso. A tal grado de enamoramiento
llegó Al-Hakam que la concedió el máximo honor que podía recibir una concubina
en la corte de Córdoba, el título de Gran Señora, Sayyida al–kubra, más cuando ella le correspondió con lo que más
deseaba su “benefactor”, un hijo y heredero, Hixam II. Pero la alegría duró poco, ya que el califa
enfermó y murió; la dinastía Omeya entró entonces en un abismo del que
hábilmente la reina madre supo evitar que se precipitara. Fue entonces cuando
los conspiradores cortesanos, ocultos hasta entonces, movieron pieza, y auparon
al que se comería a Subh, y no solo a besos convirtiéndose en su amante, sino
en el candidato perfecto para borrar del mapa a esa entrometida que un día soñó
que podía ser igual que ellos, al menos hasta que su hijo cumpliese la mayoría
de edad; irrumpe en su vida el que la haría perder la cabeza, y nunca mejor
dicho, Almanzor, que se encargó de la educación de su hijo y de articular una
estrategia perfecta para hacer desaparecer a Subh. Pero primero tenía que
volverla loca de amor para que se rindiera a sus pies, y entonces, terminar con
ella y con su hijo.
Al principio todo era perfecto,
ella ejercía de regente, recayendo en sus manos el poder político y económico
del califato, Almanzor controlaba el ejército; poco necesitaba ya para
convencer a los visires de que una mujer no podía regir el califato, y éstos,
claro, se dejaron querer. La reina, ciega de amor, le nombró visir, sin saber
que con este cargo le entregaba la llave de su cautiverio, y no en sentido
figurado, sino literalmente, ya que cuando Almanzor sintió el poder en sus
venas, encerró a la reina y a su hijo en el alcázar, excavando un enorme y
profundo foso, bien custodiado por un ejército de guardias reales.
Y aquí acaba la historia de una esclava, concubina, Gran
Señora, madre, princesa, cautiva y mujer
que se atrevió a ponerse a la altura de cualquier hombre con poder en
el gran califato de Córdoba. Aquí acaba la historia de Aurora, Subh.
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